¡Hola de nuevo! Os traigo otro relato con el que gané este fin de semana el segundo premio entre los participantes de mi barrio y otros cercanos. Espero que os guste.
El sol se pone y las
estrellas acuden a su entierro al paso que el rugir de las olas
dictan. Cae la noche y todo aquello que teme a la luz acude a la
oscuridad que calma sus nervios.
No hay ruido, no al menos
controlable por los humanos y, mientras la oscuridad se pronuncia más
y más, una sirena se alza entre las aguas.
Sabe que no debe
acercarse a la orilla pues con cada centímetro se pronuncia su
peligro, pero aún más peligro ve en dejar que su corazón se
enfríe...
Noche tras noche deja que
el destino sea quien maneje su futuro, pues sabe que en tierra firme
no todos serían capaces de saber que algo dentro de ella late y
tiene conciencia. Pero las cosas cambian si entre el peligro logras
ver aquello que necesitas.
Tras horas consigue
divisar esa playa de arenas claras. Deja sobresalir la cabeza encima
del agua y que la luz de la luna llena bañe sus largos cabellos... y
allí está él, a tan solo unos pocos metros.
Todo cobra sentido, el
peligro parece alejarse a pasos grandes y ello hace que pese a estar
cansada consiga nadar aún más rápido.
Él comienza a adentrarse
en las aguas cristalinas con los pantalones remangados y su pelo
negro revuelto. Poco a poco consiguen estar más cerca. La piel de él
se eriza, las escamas de ella también y ambos mantienen la mirada
fija en el otro. Polos opuestos que la naturaleza ha decidido crear o
barreras que se interponen a modo de pruebas...
La mano de él avanza con
timidez hasta posarse en la mejilla de ella. Tactos distintos, pieles
diferentes que forman un único corazón.
A veces hay seres que no
necesitan un mismo idioma para comunicarse, pero hablar no tiene que
ser necesario para ello.
La noche los abraza,
aquella playa muda guarda su secreto mientras ellos se sienten por un
momento del mismo mundo.
La sirena tiende su mano
y sobre ella se encuentra una caracola hueca de color blanco.
<<Así lograrás
escuchar el lugar del que provengo cuando el ruido de tu mundo no te
deje escuchar al corazón>>. Piensa ella, pero sus labios
no se despegan.
Él coge la caracola con
decisión y se la acerca al oído mientras su boca da paso a una
cálida sonrisa.
Los tímidos rayos del
sol irrumpen a ambos; es la hora de volver.
Se miran, y los ojos del
chico buscan la respuesta que cada noche trata de averiguar, ella
asiente y al instante se da la vuelta para sumergirse en el agua y
alejarse de la orilla.
Una lágrima de él
avanza por su rostro y se acaba fundiendo entre el resto de las
gotas.
Y una vez más los metros
se empiezan a hacer cada vez más y más hasta convertirse en
kilómetros que disminuyen el peligro y hacen resurgir el vacío de
dos corazones que han nacido en medios equivocados.