Hasta que comprendes
que tu único salvavidas
eres tú
pero estás tan pinchado
que te hundes de nuevo,
y si la solución fuese
ponerse un parche
a mí no me cabrían más
porque soy más errores
que persona.
Llega un punto
en el que aprendes
a vivir sujeta a un ancla
cuando comprendes
que hay pesos
de los que no nos libramos,
llamarlos pesos,
errores,
cicatrices
o mencionar a mi puta cobardía
incapaz de cortar esta cuerda,
pero reconozco que cuando llevas
mucho tiempo así
llega un punto en el que te
acostumbras
a la respiración entrecortada
bajo el agua,
a llorar sin que se noten las
lágrimas
y aceptas que hay personas
condenadas a no ser felices
a las que lo que las rodean
les impiden poder gritar
porque entonces
se ahogarían con su propio peso.